15 junio 2008

¿Suerte?

Si deambulaba por la calle ciego, ebrio de entusiasmo, de ira, poseído con vehemencia de una pasión… no era por el efecto del alcohol, ya que no era fin de semana. Su dicha se debía a otra circunstancia. Bajó las escaleras de dos en dos, de lado a lado, hasta llegar al soportal que cubría la entrada principal de su vivienda. Tomó asiento en el umbral y se relajó a la sombra del junio menos caluroso, en todos los sentidos, de su vida. Apoyó su espalda en la puerta y se estiró recreándose en lo vivido una y otra vez, no podía creer aún lo que le acababa de pasar.

Hacía tiempo que ya no creía en la suerte. Desde que tenía uso de razón, la suerte parecía haberlo abandonado por completo. Recordó todas y cada una de las veces en las que había deseado que le pasara algo parecido. En todas y en cada una de las veces en las que no había podido realizar aquello que más deseaba. En todas y en cada una de las ocasiones en las que sus amigos habían gozado de eso mismo de lo que él quería gozar… Pero la suerte siempre le daba la espalda. Parecía preferir a todo el mundo menos a él. Pero por fin tocaba a su puerta, por fin se iban a acabar tantos años de mala fortuna, de sueños interrumpidos por pesadillas, de devaneos entre pitos y flautas por culpa de tantos malos ratos.

Pensó que de todas formas quizás siempre estuvo equivocado. A lo mejor no era que la suerte no lo quisiese, sino que lo estaba esperando... Sí, porque la verdad, esa inmensa suerte sólo debe de darse una vez en la vida. Inspiró, tomó aire y se dispuso a contar la buena nueva a su familia. Dentro de su casa, halló a su padre cosiendo la red que daba de comer a su familia. ¡Papá! Gritó el joven. Lo he conseguido por fin. No te lo vas a creer. Acabo de vender, acompañado de toda la suerte que nunca he tenido, ¡la furgoneta de gasoil para comprar una a pilas!

Publicado en Lepe Urbana, junio de 2008.

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