17 abril 2006

Vampiros de laboratorio

Alejado, lo suficiente, pudo observar la forma desproporcionada, cómica y preocupante que estaba tomando aquella situación. Protegido por la rutinaria sobria ebriedad, tan necesaria siempre que la rutina no la acompañe demasiado, decidió acompañar el visionado de aquel improvisado espectáculo callejero apurando las últimas caladas del porro de marihuana que había dejado a medio consumir en el desordenado cenicero de su desordenado coche. La ventanilla bajada, no por calor, sí por posibilidad de escucha; el sillón, levemente reclinado: bienvenidos al absurdo espectáculo de la violencia gratuita.

La noche, tan suya tan enigmática, suele posibilitar, con el hechizo de sus componentes, situaciones diferentes, para bien y para mal. Tan suya tan enigmática, aquella noche, que ya iba derivando en amanecer, era testigo de lo ridículo que puede ser el humano transformado por el contrapoder del consumo irracional de drogas de laboratorio y cortes de mesa camilla.

Se estaba convirtiendo en espectáculo habitual, razón por la que ya la sorpresa no le asaltaba cuando comprobaba qué fácil adquieren algunos personajes el master de tonto; qué fácil se transfiguran algunas mentes, ya transfiguradas de por sí, cuando el cocktail explosivo de consumo irracional se mezcla con los primeros rayos de sol. “Y yo que pensaba que eso de los vampiros era sólo pa meter miedo…” cavilaba mientras los chillidos que antes servían de refrenda de las amenazas se habían transformado en un intercambio de golpes en múltiples direcciones. Son los de siempre, comentaban, resignadamente conocedores, ellos dos que se acercaron al desordenado coche del desordenado cenicero con la cómica frustración de haber, una noche más, casi ligado. Tomaron asiento; contaron que todo había empezado por una mala mirada a una buena chica. Y esta semana pues les tocaba cumplir su diversión amparándose en esa excusa para golpear porque sí y punto; y es que, habiendo como hay gente pa tó, pues algunos o acaban así una noche de fiesta o no se sienten realizados. ¡La madre que los parió! Triunfantes, abandonaron la escena, mientras los culpables de malas miradas a buenas chicas, por ejemplo, tumbados y enrollados sobre ellos mismos como protección, esperaron al silencio para asegurarse que ya le habían perdonado la vida. Ellos tres ya reposaban en el interior del coche (si bebes, no conduzcas). El espectáculo había finalizado; habían sobrevivido a una noche más.
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