14 agosto 2007

Mare Nostrum

Llega la ansiada calma del mar embravecido, la confirmación evidente de un cielo azul frente a mis ojos enrojecidos, llenos del miedo de la costumbre, vacíos de contenido poético, observadores, silenciosos pero que gritan por el descanso que se agradece. Llega la plenitud del que ya no espera nada más que la propia espera y el final de un ciclo que se repetirá hasta el infinito finito de la muerte, porque hoy será siempre todavía y mientras se pueda.

Es distinto este mar al mío propio, más tibio, apacible, predecible, asible y limitado. Es distinta también esta playa a la mía, distinto cielo, distintas nubes, distinta arena, distinto espíritu; pero también es mía como lo será de otros cuando me vaya dejando la huella que más tarde borrarán el viento, el mar y otras huellas.

Cambio el oro por la plata; cambio corsés por libertades, habito entre otros vientos, entre sílabas que no suenan como las mías, recorro callejuelas impensables pero posibles, acierto o yerro sobre otros bulevares, o sobre los bulevares que no tengo allí; pongo orden en el caos, aunque no me importe ahora el caos, y subo montañas junto al mar, buscando refugio en la fortaleza, en las cuevas y en otros bares.

No he llegado aún, pero lo haré, aunque no lo haga, aunque me lo impidan cielos e infiernos a fuerza de brazos y piernas. Estoy allí y aquí, donde quiera que esté, porque son lugares intercambiables, enemigos íntimos en la memoria, que dependen del estado de mis vigilias, que asientan las percepciones sobre todos y sobre todo, aclaran el sentido de todo este sinsentido paradójico y cruel pero a ratos dulce.

Poso mis pies sobre la arena y siento el cosquilleo de la novedad de lo conocido pero vuelto a conocer. Poso mis ojos en el libro que hace sombra, libro abierto, y releo lo consabido pero delicioso. Acompaño mis imaginaciones, voy con ellas adonde quieran llevarme desde este insignificante punto inmenso del universo en el que me encuentro, para luego dejarlas caer, para seguir el camino que me lleva hasta el descanso, hasta todos los descansos que están por venir junto a la ansiada calma del mar embravecido.

Publicado en Lepe Urbana, agosto de 2007
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