23 agosto 2006

No estar

Cuando no estás, no estás. Si alguien llama, no estás. Si la mente llama, no estás. Las ganas golpean también en tu puerta, pero tú no estás. Y vuelves a encerrarte en ningún sitio, a donde nadie llega, ni siquiera tú, porque no estás. De suerte que te pierdes en ese lugar que no es tal, porque ni la mente llega donde no puede llegar. Ninguna parte se convierte ahora en tu casa, en un hogar donde no estás. Es fácil de comprender, es imposible llegar, porque no hay nadie, sólo tú, pero no estás. Hay quien dice acudir todos los días y no lo dudo, porque cuando llegas allí, sin saber cómo, ellos tampoco están, porque saben llegar y saben irse, pero no saben dónde están, porque no están. Igual que yo. Somos invisibles unos para otros simplemente porque no estamos, porque desconocemos el camino que nos lleva allá donde no estamos, y nos perdemos, pero llegamos sin ser vistos por nadie, por muy lleno que esté el lugar donde no estamos.

Encerrados en ninguna parte decidimos salir de vez en cuando, sin saber cómo. Encerrados en ningún sitio parece que el tiempo se detiene, pero es mentira. Ese lugar que no es tal porque no estamos aparece y desaparece a golpe de sueños y vigilias que se suceden en una línea temporal irregular sin más indicación que saber que no estás y que, por tanto, estás allí, metido en faenas innecesarias, huyendo de nada porque si no estás no te encuentran ni te encuentras. Salir de allí es fácil, es fácil no estar ni allí ni aquí, más acá de esta línea divisoria que nos separa a unos de otros y a nosotros de nosotros. Un simple sonido te saca de ninguna parte. Las simples ganas golpean la puerta y aunque no estés, te encuentran. Y salimos y entramos, porque hay que seguir manteniendo limpios y vivos todos esos espacios. Aunque no estés.

(Publicado en Lepe Urbana, agosto de 2006)

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