18 julio 2007

Canas callejeras

Llevaba meses custodiando, con su simpática y modesta presencia, la entrada de la casa. Pequeño. Despelusado moreno con canas callejeras, a quien envolvía la timidez, fruto de un disimulado miedo al aún ajeno, cada madrugada cuando el regreso a casa del aún ajeno violentaba su descanso de alfombrilla. Se levantaba, estirando el cuerpo de forma tensa, sin pararse para ello, sin conseguir ese bien educado placer de estirarse recién despierto. Caminando entre estirones, dejaba paso para que el aún ajeno pudiera dar con la llave exacta y entrar en la casa. Justo antes de atravesar y cerrar la puerta, frontera tan dignamente aceptada por el compañero de callejeras canas, el aún ajeno lo miraba. Gustaba de intimidar al Pequeño: fijar ojos con ojos, y observar cómo el compañero Pequeño rehuía la mirada, oscilando entre diferentes visiones que lo alejaran del cruce directo con la mirada del que estaba a punto de proceder a su descanso de luz tenue. Mientras, el aún ajeno sonreía con el ya acostumbrado asombro que, cada madrugada, le provocaba la inteligencia del moreno despelusado. Se respetaban, tanto, que, tras meses de custodia mutua, ninguno de los veinte segundos diarios en los que convivían había derivado en pelea. Todo un logro, tan alta cota de respeto mutuo en estos tiempos. Plena tranquilidad. La puerta, a punto de cerrarse, momento en que Pequeño, una vez completamente seguro de que los dos pueden ocupar su sitio, regresa a la alfombrilla. Cada uno a su descanso. El aún ajeno, con sus cosas, sus problemas. Pequeño con las suyas, sin problemas, como buen perro.

Un día más, como cada madrugada, el aún ajeno dormiría temprano o tarde, según el currante que lo juzgara. No muchas horas después, cuando el aún ajeno disfrutaba del bien educado placer de estirarse recién despierto, en la redacción, al auspicio de un genio, humano pero genio, sonaba jazz...

Publicado en Lepe Urbana, julio de2007

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