16 mayo 2008

Reinterpretación del swing

No se detiene el reloj, nunca. No infringe las normas. Cumple los horarios, aunque a su manera. Trabaja multiplicándose y por eso tiene que dividirse. Y no se detiene el reloj. Es un cero en medio de una fiesta unos. Es un decimal, también. No aplica las enseñanzas en el momento preciso, ni siquiera las absorbe, así que mal puede aplicarlas. Eso es cierto. Aunque tampoco tiene certezas. Quizá una: que no se para el reloj. Es más, no se para ni para cambiar la hora, pero no hay necesidad de hacerlo porque quizá, sólo quizá, el sol sea un amigo descubierto cuando una vez creía que no. El sol nunca fue enemigo. Ahora quizá, sólo quizá, lo sea la luna. O quizá no tenga amigos. Pero el reloj sigue sin pararse, luego, sigue, sin más. No se detiene. Como no se detuvo cuando vio sin mirar que no tenía ojos para observar. Ni para leer. Por eso no aplica las enseñanzas. Por eso no aprende tampoco.

No se detiene el reloj. Es simple, es impreciso, es perceptible, es, al cabo, luego existe a veces sin pensar, destrozando la norma cartesiana. Por eso no aplica las enseñanzas. Nunca fue un segundo antes de que fuera siempre. Quizá no se entienda, pero se colige. Vaya palabra. Cólich, como si fuera anglosajona. Eso mismo. Qué le gustaría, sí, poder aplicar las enseñanzas. O por lo menos aplicarse de aquella manera. Para poder anglosajonearse de forma absolutamente nórdica y entender por fin las sagas. Pero no tiene sentido, no es cartesiano, no piensa luego existe. Existe, sin más y sin dudas, como un valle. Lacrimarum Valle. Qué triste y qué tedioso. Pero qué importa, si no se detiene nunca el reloj.

Avanza el reloj, siempre. Hacia las alamedas abiertas del hombre. Una flecha que apunta hacia el hombre. Mejor. Que sale del valle de lágrimas y sube la montaña, hasta la meseta de alamedas abiertas, por donde pasea el hombre libre. Aquello que nunca derribarán ni relojes ni descendientes anglosajones, aunque siempre sea 11 de septiembre de 1973. Posee la historia, es suya, de ellos y la hacen ellos, adelantando las horas, enterrando el valle en cal viva, en rabia pero nunca en odio. Romperá las enseñanzas. Al final, vencerá: mirará su muñeca y el dinosaurio ya no estará allí.

Publicado en Lepe Urbana, mayo de 2008.
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07 mayo 2008

De Buena Fe

La fe, la Buena Fe, es una capacidad intelectual nada fácil de adquirir, y que, bien aplicada, se convierte en la mayor virtud con la que entrar, sin miedo, en los huecos oscuros de la existencia. La Buena Fe, siempre domeñada por la mala; siempre latente, pero sólo al alcance de algunos elegidos.

Protegido por la coraza con la que la Buena Fe moldeaba su capacidad de pensar, el hombre de la media sonrisa asumía el dolor con la inteligente resignación de los elegidos; de aquellos que saben que ningún momento fugaz más de su existencia tomará cariz de felicidad; de los que, arrebatados de vida, abren las compuertas del alma. El hombre de la media sonrisa tenía que reenfocar su vida, y la de los suyos, desde la muerte. Lo miró fijamente a los ojos… Lo odió para siempre… Lo hubiera matado en ese momento… Pero la Buena Fe lo hizo respirar, y buscar en su mente, cargada de motivos para acabar con él, el lugar accesible a los elegidos. Cerró la puerta y regresó a casa, donde la familia necesitaba, más que nunca, de la paz del hombre de la media sonrisa. La culpa será con él, pensó, desterrando infiernos inventados y aferrándose al convencimiento de que más sufren los que hacen el mal que quienes lo padecen.

La fe, la Buena Fe, había introducido a Dios en su mente, haciéndolo Dios a él. Le había dado razones para vivir más allá de la venganza; le había dado la virtud de una fuerza que nunca quiso separarse de él. El asesino de su hija había sido detenido, y el hombre de la media sonrisa pidió la justa justicia. Su nombre, Juan José Cortés; la mayor flor de su jardín, Mari Luz, había sido arrancada sin piedad del lado de un padre que, armado de Buena Fe, nos ha dado a todos razones para creer que en el maldito mundo de sombras en el que habitamos, siempre queda un hueco para una media sonrisa. Que Dios le bendiga mucho…

Publicado en Lepe Urbana, abril de 2008.

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