25 enero 2007

En pequeñas dosis

En aquellos días tan de buena cara, sonrisas entre andamios aderezaban la resacosa jornada de trabajo. Luis, con el hombro derecho levemente reposado sobre la pared levantada el día anterior, se lamentaba de lo poco que dura lo bueno. Y menos mal, sonreía: si durara más nos acabaría aburriendo. Todo lo que se hace rutina acaba desgastándote, así que lo bueno en pequeñas dosis, por favor. Así que no me lamentaré más, aseguraba, dando un pequeño paso al frente, como queriendo disimular con ese casi revolucionario gesto la carga de realismo y sana resignación con la que iban revestidas sus palabras. Los compañeros de cuadrilla, sentados sobre pequeñas cajas concluyendo el encogido reposo del guerrero, atendían a sus aperitivas reflexiones de bocadillo con la inquietud del alumno aplicado y la guasa del buen compañero de faena. Si pensáis un poco, explicaba satisfecho de saberse escuchado, extraño es el día en el que alguna de nuestras mujeres no son causantes de alguna de nuestras quejas, enfados o bromas. Las queremos porque nos hemos acostumbrado a vivirlo así, y a no querer pensar que la quisimos más que la queremos, pero nos hemos aburrido de ellas. Qué jodida la rutina, capaz de convertirlo todo en mero trámite, capaz de hacerte adelantar al día siguiente porque, prácticamente, te lo sabes de memoria. Qué vamos a hacer, habrá que conformarse, y adaptar lo máximo posible el conformismo a la costumbre. Por eso compañeros, lo bueno en pequeñas dosis, por favor ¿Recordáis hace once años cuando montamos esta cuadrilla de sufridores? Lo vivimos como si fuéramos magnates de la vida feliz. Y ahora, estamos todos hasta la polla de tener que repetir la misma faena todos los días. Sonrió, los miró a todos, palmeó enérgicamente sus manos y volvieron al tajo, reinstalándose en lo que hay tras desahogar, un día más, lo que no hubo y lo que hubiera habido si la vida la hubiese administrado en pequeñas dosis.

(Publicado en Lepe Urbana, enero de 2006)

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