13 abril 2007

Gracias, Octavio

Entrar. Y una vez dentro, empujado por la anestesia, cada uno con la suya, con la que minimizas tu vida, estás contigo. Entras… y allí, adentro, contigo, pero tímido a la hora de atravesar ciertas puertas, como el que busca entrar en casa ajena sabiéndose pillado, miras alrededor, y oscilas sobre una visión de conjunto cuyo nexo eres tú, tú contigo, tú frente a ti. Lo has conseguido.

Permanecer. Ha llegado el momento más complicado. Separas el conjunto para analizar sus partes, y decides curiosear tras la puerta de Ella; de Ella-contigo, de tú-con-Ella.

Permaneces… y allí, adentro, contigo, descubres que ya amaste, entonces, con los ojos cerrados, y has llegado a ese punto, ahora, en el que se puede y debe amar, pero con los ojos abiertos. Cierras la puerta, retrocedes, como asustado… Has sido descubierto por ti mismo; los demás nunca llegarán a descubrirte si no lo has hecho tú antes. Te relajas, vuelves a oscilar sobre el resto de puertas a medio abrir-cerrar que te quedan por asaltar. Ya es suficiente.

Salir. Has fracasado, o no: Porque has logrado la osadía de descubrirte, y no marearte en el intento, y de salir de ti contigo adentro. Te sabes tú contigo, pero también tú-con-los-otros. Y ellos, tan suyos como tú, no se merecen sólo tu desdicha. Porque­­ -sí señor, qué grande Don Octavio, Don Octavio Paz- para que puedas ser has de ser otro, salir de ti, buscarte entre los otros. Gracias Octavio. Los otros, que no son si tú no existes… Los otros, que te dan plena existencia.

Publicado en Lepe Urbana, abril de 2007

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