06 septiembre 2006

Maldito “peo”

Horacio nació hijo único en el seno de una familia adinerada. Jamás le faltó un capricho, siempre obtuvo lo que le apeteció en el momento, y creció ignorante, superfluo, vanidoso y adinerado. Desde pequeño, sus excentricidades fueron consentidas; desde los cinco años gustaba de bañarse en colonia, pues el agua era para él un elemento tan vulgar que hasta caía gratis del cielo, resbalaba entre piedras y barro y se pudría en los sucios charcos de la calle.

Comía con guantes de seda para no mancharse, se limpiaba los dientes 4 veces seguidas después de cada comida y sobre todo, detestaba a la gente por sus eructos y "peos". Horacio se creía superior, orinaba sujetándose el miembro con unas pinzas esterilizadas y, para que sus fluidos intestinales se consumiesen dentro de sus entrañas y no tronasen fuera de ellas, consumía diariamente dos tabletas de Aerored.

Cuando cumplió 25 años, sus cinco compañeros de la infancia, a los que hacía tiempo les había comprado su amistad, lo incitaron a formar un partido político. Le prepararon los estatutos, el programa y el nombre del partido. Horacio se dispuso a dar su primer discurso ante una sala repleta de ciudadanos. Unas dos mil almas esperaban su arenga. Subió al estrado, y antes de que pudiese pronunciar la primera palabra, el nerviosismo que tenía anuló el efecto de los Aerored y su trasero rugió alto y claro cual barítono potente en un coro de iglesia. Se acababa de tirar en un solo "peo", todos aquellos que nunca se quiso tirar.

La gente del pueblo aún sigue riéndose del ridículo espectáculo que sucedió en aquel mitin inaugural, y acostumbrados a las excentricidades de Horacio, a nadie le extrañó lo que ocurrió poco tiempo después.

El que fue pedorro por sólo un día, avergonzado, se mandó coser el ano; muriendo tres días después como jamás podrán ustedes imaginar.


(Publicado en Lepe Urbana, septiembre de 2006)
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