13 marzo 2006

La vejez de mis manos

Lo último que recuerdo fue un destello; las luces de un vehículo cegaban mi mirada. Desperté sin norte en una fría sala de hospital no muy distinta a las que ya conocía, pero algo la hacía diferente.

No tardé mucho en averiguar qué me había ocurrido, sólo tuve que observar la vejez de mis manos, arrugadas por la inactividad de muchos años y por el peso que ejercen sobre la piel humana. Había recuperado la vida gracias al avance tecnológico, que cuarenta y tres años después, me despertaron de un coma, irreversible hasta ese momento.

El tiempo empezaba a ahogar mis ansias de conocer lo que el destino le había deparado a mi gente, mi pueblo, mi amor… No quise preguntar más que lo justo para llegar a Lepe, obviando todo lo nuevo que, paso a paso, me iba encontrando por aquel hospital de la nueva era, por aquellas carreteras de la nueva era, en aquel medio de transporte que bien poco podía definir y/o clasificar.

Y aquí me encuentro, sentado sobre un pequeño espacio de arena, en mi playa de La Antilla. A mis espaldas, centenares de urbanizaciones de lujo amuralladas, con video vigilancia y policías privados, derriten la poca vida que siento. ¡Me han pedido que pague por sentarme en la arena!, ¡me han tomado por loco, me han echado, y me han metido aquí, en este espacio de arena donde no sé el porqué no se paga!, ¿será porque tampoco se limpia?

Se acerca alguien, mis lágrimas ríen a quien llega; aunque no la vea, reconozco a mi amada pese a los años, la distancia, y lo lejano de sus pasos.

- Siempre te he esperado.

- Lo sabía, siempre te he sentido a mi lado. ¿Qué ha pasado vida mía?

- Lo que siempre habíamos hablado: El político se convirtió en empresario, el obrero en esclavo, los niños son adultos, los adultos… vasallos... Murió el amor, ganó la ira.

- ¡El ser humano perdió la partida!

(publicado en marzo de 2006)
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