08 febrero 2006

… y próspero año nuevo

Meses después, (no se sabe de cuándo, no hay memoria de ello) la mayor parte de aquella ciudad continuaba siendo ruinas. El niño pequeño acababa de ver pasar por su lado a uno de aquellos soldados que hablaban de esa forma tan extraña a la que él conocía, a la que le habían enseñado sus abuelos y sus padres, que murieron durante uno de los últimos bombardeos, antes del final inacabado de aquella guerra. Al niño le llamaba la atención la impedimenta de los soldados que patrullaban las calles, especialmente, aquella ametralladora de ese tan alto, ese que acababa de disparar una ráfaga contra uno de los vecinos del pequeño, dejándolo malherido en el suelo. El niño, entonces, no tenía suficiente con el hambre que tenía.

En otro lugar, meses después, o antes, (no hay memoria de ello), otro niño, de piel más oscura, como del color de su tierra, esperaba junto a un camino, por donde había visto pasar un par de camiones repletos de agua. Tenía sed. Muchísima. Tarde o temprano, alguno de esos camiones tenía que volver a pasar por allí. Ese otro niño llevaba consigo una gran garrafa, probablemente, robada a algún cacique local, por la que, probablemente, se le andaría buscando. Horas más tarde, paró uno de los camiones del agua. Entre dos hombres le rellenaron la garrafa hasta la mitad con agua un poco cenagosa. Era igual, por lo menos, su familia tendría qué beber esos días. Pero vinieron y se lo llevaron por la fuerza.

Más allá (de no se sabe dónde, no hay constancia de ello) una niña se levantaba otra vez temprano para atender sus especiales labores. Su nuevo amo por una lavadora, quizá, o apenas unos billetes, obligaba a la niña a no se sabía muy bien qué con unos señores, de muy buena presencia, eso sí. La niña sabía que no eran de por allí, pues sus ojos no miraban -eran ovalados- como los de ella, ni como los de su amo, ni como los de su anterior amo, o padre, la niña no lo acababa de tener claro. Minutos después, la niña lloraba junto a un rincón a la espera de lo siguiente, como ayer o hace una semana.

Más acá, (esta vez hay memoria, y lugar) dos hermanos, un niño y una niña, esperaban impacientes en casa la llegada de magos venidos de allá lejos, quién sabe de dónde, bien de Irak, Sudán, Haití, Costa de Marfil, Uganda, Burundi, Tailandia, sitios exóticos, donde también había otros niños que, seguramente, ya habrían recibido sus regalos. Esos magos iban a pasar por sus casas y a dejar sobre sus zapatillas las muñecas, balones, carritos, disfraces que habían pedido, para luego viajar hacia el portal de Belén, en Palestina, donde hay estrellas, sol y luna, la Virgen y San José y el niño que está… muerto por un disparo hecho desde una torre de control israelí. Un niño, Jesús, que llevaba en su mano una piedra. ¿Y los magos? Detenidos en cualquier frontera, aplicación de cualquier ley de extranjería y deportados.

Feliz 2005.

(Publicado en... otros tiempos)
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