14 febrero 2006

Levedad diaria

(Felicidad, qué bonito nombre tienes, La Cabra Mecánica)

Las tareas cotidianas son quizá las que menos valoramos a la hora de hacer un balance vital, de esos que tanto se dan cuando el calendario impone su frenético ritmo de vértigos existenciales: cumpleaños, navidades… No, hay que reconocerlo: pasamos olímpicamente de reflejar en nuestras particulares autobiografías mentales las pequeñas cosas, como si alguna vez se fueran a publicar nuestros pensamientos y tuviéramos miedo de que se nos retratara tal y como somos. Nos negamos a recordar aquello que parece que no nos deja huella, pero, ay, amigos, la verdad es que nos marca a fuego, nos hace grandes o pequeños a ojos de Dios. Porque, de existir Dios, no creo que se pare demasiado en espiar nuestras entrañas, no se entretendrá diseccionando mentes, porque, además, nosotros, temerosos de Él, también le escondemos lo que pensamos, no queremos que se dé cuenta de lo nuestro. Y eso si es que Dios existe, que va a ser que no, pero allá cada cual.

Las pequeñas cosas, lo cotidiano, lo ordinario es de verdad lo que somos. Hay quien es extraordinario en su vulgaridad y hay quien es aborrecible en su gloria. Estos son los menos casos. Lo normal es que seamos normales, del montón, del grupo de los que nunca sobresaldrán del grupo, aunque se sea consciente de esa circunstancia. Ser consciente de que se forma parte de un rebaño no significa salirse de ese rebaño, al igual que conocer algo no es hacer algo por ello. Hay a quien le gusta, hay a quien no. Tenemos de todo y somos todos o casi.

Siempre nos gusta imaginarnos de manera diferente, nos gusta vernos como aquella vez que soñamos con algo maravilloso. Pero, hete aquí que esa cosa sorprendente, esa magnificencia soñada como nuestra personalidad, todos los días, se convertiría pronto, más temprano que tarde, en lo ordinario y lo cotidiano y de seguro que no sería valorado, de nuevo, y la rueda que sigue girando.

Como dice un amigo, felicidad, infeliz concepto. ¡Pero a qué tanta insatisfacción! Nuestras pequeñas cosas son las que deben ser disfrutadas, son de las que más poseemos, siempre hay y habrá un motivo, aunque no una respuesta, pero ahí estamos; aunque no digo que nos rindamos, ni que nos conformemos, porque siempre hay algo que ganar. Si hoy, consciente o inconscientemente, hemos tocado fondo, ya no tenemos nada que perder. Hay que saber que existen esas pequeñas cosas, hay que pensar, que razonar esas minucias diarias, valorarlas, saborearlas, vivirlas, llorarlas, pelearlas. Es la única forma de que no pasen desapercibidas, de que no se conviertan en parte de un mecanismo que nos automatice, de que nos hagan sentir que estamos vivos, aunque sea de vez en cuando, sin tener que esperar los momentos, brevísimos momentos, estelares de nuestra vida.

(publicado en... otros tiempos)
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