15 febrero 2006

In albis

Lo más duro de enfrentarse a una página en blanco es la hiriente blancura de algo que todavía está por nacer y que, con alguna probabilidad, no va a brotar jamás. Una página por rellenar es una suerte de limbo de las ideas, donde todo y nada está dicho, porque está por decir, y no sabemos exactamente qué.

Aquellos que cada cierto lapso de tiempo nos sentamos frente a la pantalla de un ordenador o frente a una cuartilla (al parecer, éstos ya van siendo los menos) para emborronar un poco más el mundo con pensamientos, que quizá no interesan más que a unos pocos, tenemos que librar constantemente una dura y sórdida batalla contra el infinito vacío de una página en blanco. La blancura se extiende hasta más allá de los límites de nuestro cerebro, que suele quedar aturdido por la inmensidad de un concepto que es apenas una porción muy pequeña de materia.

Al principio sentimos una irrefrenable sensación de querer vomitar nuestra alma en forma de letras, palabras, sintagmas. No es de recibo preguntar de dónde vienen estas arcadas espirituales, aunque para algunos no lo sean tanto, pero vienen. Luego, encendemos el ordenador o cogemos el papel y… Siempre la misma lucha. Otra vez esa blancura, esa desafiante mirada blanca hacia un horizonte sin fondo. Aún así, ese día estamos decididos, ya nada, creemos, nos puede parar; armamos nuestros dedos, afilamos el verbo y nos lanzamos a una carga suicida que no puede, no puede acabar sino en la rotura de las albas líneas defensivas de la página en blanco.

Poco a poco nos damos cuenta de que la primera batalla se ha ganado. La blancura empieza a retirarse lentamente, a medida que nuestras milicias verbales avanzan hacia el final de un renglón. No obstante, no se rinde tan fácilmente. Hace falta ahora consolidar nuestras líneas atrincheradas y abastecer nuestra vanguardia creativa con nuevas ideas que la mantengan viva dentro de la página.

A estas alturas del lance, el alma ya ha saciado sus ganas de expandirse allende sus fronteras, pero nosotros debemos continuar nuestra marcha, por el mismo camino, no siempre recto, por el que vinimos a parar a esta cuartilla en blanco. No podemos abandonar la lucha a medio hacer. Ahora que hemos asaltado la blancura de una página en blanco, debemos dejar que fluya la palabra y que se disperse por toda ella como si fuese un valle nevado por conquistar.

Y así lo hacemos, así lo solemos hacer, al menos una parte de nosotros, una parte de esos de los que no estamos dispuestos a que la mente humana quede hecha una inmensa página en blanco, sin más criterio que el automatismo que nos convierte en máquinas de consumir, nos convierte en inermes blancuras sobre las que se escriben con mal verbo las páginas más tristes del bombardeo de insatisfacción artificial al que estamos sometidos.

(Publicado en... otros tiempos)
0 comments