Un echar de menos
	 
    
    
	         
	
      
En la noche más oscura, la de ayer, lo oscuro de la noche no me dejaba dormir. Y no fue la oscuridad la que me obligó a echar de menos el tiempo en que otras luces iluminaban mi camino, mis huellas o mis sombras. La noche más oscura, la de ayer, fue oscura por voluntad propia y cíclica, que confunde un echar de menos con la melancolía. Me levanté, y el dinosaurio, como siempre, estaba allí, envuelto en ropajes extraños que la oscuridad no me dejaba ver; pude tocarlos, con cuidado de no despertar al dinosaurio que, en la noche más oscura, la de ayer, seguía durmiendo con los ojos abiertos, como quien espera despertar y no perder el tiempo abriendo los párpados.
Fue no dormir en la noche más oscura lo que hizo despertar a mis fantasmas ocultos, esos de carne y hueso que, como el dinosaurio, estaban ahí mismo. Esta mañana, cubierto de niebla, me levanté y salí corriendo hacia lo alto del monte más alto para mirar desde allí arriba la imposible estructura de la niebla que me envolvía. Y fue entonces cuando recordé que mirar desde arriba o desde abajo tanto da, porque la niebla que te cubre es como la más oscura de las noches, es una suerte de ceguera blanca que te hace echar de menos lo que echabas de menos: las otras luces que iluminaban mi camino, mis huellas o mis sombras.
Con el tiempo, merecemos que las noches más oscuras y las mañanas más brumosas queden distanciadas lo más posible entre ellas. Es inhumano, pero humano al cabo, que negro o blanco se disputen la primacía sobre la tortura de la esperanza que un día tuvimos o que aún tenemos reservada para cuando la niebla o la oscuridad nos vuelvan a cubrir, nos cieguen y nos obliguen a despertar junto al dinosaurio o a los fantasmas, de carne y hueso y del alma. Se confunden abrazados un echar de menos y la melancolía en noches y días quizá eternamente.
Se confunden abrazados las noches y los días porque no se saben medir, porque se creen iguales, cuando no lo son, porque iguales no son los momentos, aunque a veces se parecen tanto que llamarles rutina es ponerles la coraza de hierro que los hace más fuertes y a nosotros más débiles.
Pasar haciendo caminos, sobre la tierra o el mar, sobre el cielo o el infierno, nos parece lo lógico. Pasar sobre tiempos y lugares y momentos y sueños y vigilias es la refutación de lo lógico. Pasar sobre todo es lo más parecido a un echar de menos aquellos momentos en que otras luces y otros ojos apuntaban hacia nosotros de una de las formas más bellas que conocemos los animales: con ternura.
En la noche más oscura, la de ayer, eché de menos un echar de menos, que se confundió con la melancolía, envuelta como estaba con los extraños ropajes del dinosaurio.
(Publicado en... otros tiempos)
     
     
    
   
         
      
   
    
  
   
  
  
  
  
  
 
  
  
  
 
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