20 enero 2006

Que todo lo saben

Esta es la primera muestra de lo que queremos hacer con éste, nuestro espacio en el tiempo relativo en que habitamos, somos y parecemos, sin llegar a satisfacer, infeliz concepto, la esperanza de un mundo menos peor. A ello vamos, amigos y lectores invisibles.


Es normal que se me enfaden. Ellos lo saben todo sin necesidad de palabras. Lo saben, a veces, incluso lo entienden, pero son las menos. Y el mal rollo pa ellos. Es normal que se me enfaden.
Mi silencio doméstico los obliga a interpretarme. Mi vida lejana desmotiva su acercamiento. Las suyas, el mío. Pero ellos lo saben todo: de mis desvaríos, mis hazañas, las pocas, mis derrotas, las algunas… nunca por palabras, siempre por gestos. Gestos ausentes de los que no son merecedores, palabras escondidas por timidez… con ellos, qué putada, que lo saben todo. Con ellos, merecedores de mi extroversión callejera, y a los que sólo soy capaz de ofrecer introversión, silencio, preocupación y distancia. Es normal que se me enfaden.
Crecer tan cerca de ellos me ha colmado de protección. Crecer tan lejos, de misterio. Ellos, que todo lo saben, por viejos, jamás por diablos; yo, que nada conozco, por diablo más que por viejo. Ellos y yo, mundos tan distantes, universo tan análogo. Ellos que son yo, yo que soy ellos. Y las lágrimas pa ellos. Es normal que se me enfaden.
Amor, que tantas formas tiene, con amor, que tantas formas tiene, se paga. Temerosos de mi vida; tan pendientes de mi camino, tan desorientados de mi caminar, es normal que se me enfaden, sobre todo si de su calor reciben mi silencio, si de su amparo mi frialdad, si de su ayuda mi ingratitud, si de su búsqueda mi coraza… Y yo me callo, les callo, les observo sin mirarlos, les respondo con silencio… Y ellos, que todo lo saben, imaginan quien debo ser sin saber lo que soy realmente. Protagonistas de mi destino, mentores de mis decisiones… Cómo me gustaría poder ser yo siempre, y explicarles a ellos, que son yo, que no siempre la tristeza me acompaña, que soy loco con mesura, que mi vida, aun lejana, es igual a la de ellos, que son yo, porque yo, que soy ellos, sé sentir, a mi forma, igual que ellos, a la suya… Sé sentir que nunca podré devolverles toda la inversión de emociones, de vida, que en mí han depositado, que se nos va la vida sin palabras… Ellos, que todo lo saben, acreedores de la más plácida eternidad existente, merecedores de que su Dios, tan parecido al mío, exista… Sin necesidad de palabras… Papá… Mamá… Cuánto os quiero.


(Publicado en enero de 2006)
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