11 diciembre 2006

Sólo cuatro metros

Tan sólo cuatro metros les separaban y aún así, sólo sus miradas podían poner en contacto. Los ojos de ella, verdes, reflejaban la esperanza, el mar anhelado; los de él, marrones, manifestaban la distancia de la tierra y el trabajo. Ambas miradas, sujetadas por el mágico hilo invisible de lo incomprensible, permanecían inmóviles la una en la otra y, durante el tiempo en el que dos personas se dicen te quiero tan sólo con la mirada, sus almas recogían la energía que necesitaban para proseguir de nuevo el día. Dos pasos atrás y media vuelta, así terminaba el amor fugaz de cada jornada.

No conocían sus nombres, no hablaban el mismo idioma, no sabían si tenían o no aficiones comunes o sueños paralelos. Sabían de sobra que era poco probable que pudiesen conocerse de cerca, abrazarse o entenderse con palabras; pero cada día volvían a juntar su efímero amor en la distancia del cara a cara, y se comprendían amados. Dos pasos atrás y media vuelta, cada uno volvía a su historia. Sus vidas eran tan distintas como el color de sus cabellos y tan opuestas como el frío y el calor, el de una noche en el monte y el de la calefacción centralizada.

No sé si siguen amándose de esa forma tan desafortunada, por supuesto, desafortunada, para los que podemos sentir un abrazo donde refugiarnos o un beso donde poder soñar. Me gustaría contar que así lo hacían ellos, que se confundían entre abrazos bajo la espuma de un mar cercano y que hacían el amor cuerpo a cuerpo, corazón con corazón. Pero la realidad era otra, se seguían amando de lejos, aunque tan sólo cuatro metros les separasen. La distancia entre dos vallas de una frontera, en la ciudad de Melilla.
(Publicado en diciembre de 2006)

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