12 mayo 2006

La esquina del barrio

-¿Qué ha ocurrido, Sargento?

- Pues lo que ve. Le pincharon con una navaja y ahí lo tiene tirado, desangrándose. Los del 061 dicen que poco más pueden hacer.

Me miró fríamente a los ojos. En el suelo, aún joven, con los ojos entreabiertos, miré fijamente al policía en el que me convertí. Los médicos del 061 se afanaban por reanimarme esa vida que se vaciaba con cada latido del corazón, que bombeaba la sangre hacia la alcantarilla de aquella esquina. Una multitud expectante, cotilla, morbosa, era algo habitual en ese barrio, observaba la escena más allá de ese telón de indiferencia que me circundaba; estaba inmóvil, aplastado por mi propio peso. Le miré fríamente a los ojos con las pocas fuerzas que me quedaban, sin saber que me convertiría en policía. Boca arriba, pude dejar de mirarle durante un momento y reconocer, impresa sobre el cielo, la figura de una nube con forma de flecha que apuntaba, sin duda, hacia ese pálido y delgado policía. Sin sospecharlo apenas, noté una mejoría que poco tenía que ver con ese boquete que se abría en mi pecho, que, por momentos, manaba sangre como si fuera una fuente.

Me miró de nuevo fríamente a los ojos y cada segundo que mantenía su mirada sobre mí, me hacía encontrarme mucho mejor de la puñalada que me pegó aquel tipo al que le debía algunos miles por no sé qué extrañas razones; ahora no las recuerdo por ser policía. No dejaba de mirarme con sus ojos escudriñadores de otros tantos casos parecidos, por las mismas causas y yo no podía nada más que sostenerle la mirada para agarrarme a ese último resquicio de vida que me ataba a este mundo, sin saber que me convertiría en policía, que me sentía cada vez mejor.

Convertido ya en policía pude verme a mí mismo, muriéndome, mirando fríamente a los ojos a aquel joven que vertía sus últimas gotas de sangre sobre el mal asfalto de aquella calle. La mirada aterrorizada del joven se fijó por última vez en mí un segundo antes de expirar, quizá sin comprender que me había convertido en él, que yo soy él, quizá sin saber si el que se moría era yo, él o él o yo. Introdujeron el cuerpo inánime del joven en la ambulancia y se lo llevaron directamente al forense.

- ¿Qué le ocurre, Cabo?

- Nada. Pero quizá ese joven no merecía morir.

(publicado en mayo de 2006)
2 comments